domingo, 19 de enero de 2014

Caderas de maíz


La noche estaba que prometía. Simplemente ardía. Cumbia por todas partes, luego de tantas manifestaciones. Ningún detenido. El presidente y la alcaldesa no deben de haber quedado satisfechos. En fin, no me importa. Estoy feliz con tanto asistente que entre chela y chela, van a cubrir con toda la inversión que hicimos para el tono y además, va a sobrar platita pro-fondos el viaje de los músicos que meteremos en el próximo evento en el sur, carajo. Estoy contento.

Camino solo, saludo a los Conga-Boys, a Perensejo, Perenseja… Conozco a todos, pero me gusta estar solano, conversar poco, reírme solo. Voy a ir a comprarme una chela.

Mauro estaba en medio de sus usuales monólogos mentales. Se acompañaba de una sonrisa que mostraba los incisivos. Cogía su vaso y sí, paradito al costado del escenario, mientras los DJ’s la rompían. Tenía miedo de conversar, de cagarla. Era bajo de estatura, tal vez ese era el motivo.

Entre chela y chela se encontró con Manuel y Gonzalo, metro ochenta, los dos. Un zigzag circular  y humano se formó entre ellos.

Mónica llegó con Sol. Estaban emocionadísimas. Primera vez que asistían a esta clase de eventos. Perfectas desconocidas entre tanto bohemio. Mónica llevaba una blusa floreada. Sol usaba tacos. Se quejaba de sus pies. Tímidamente se acercaron a la barra. Tenían cien soles, entre las dos.

– Ahora, ¿qué hacemos? – dijo Sol.  – Bailar, ¿no? ¿Qué más? – contestó Mónica, sonriendo y soltándose un poco.

“Ella viene del barrio, mirada alegre, muy humilde, es muy elegante (…)” sonaba. Mónica mueve muy bien sus caderas, a pesar de sus rollitos. Sol levanta la mano donde lleva sosteniendo la cerveza.  Mónica bebe y cierra los ojos. No deja de mover las caderas.

“Ella quiere conquistarlo, pero el caballero ni cuenta se da (…) en el amor no hay reglas y mucho menos clase social”, cantan ambas. Inusualmente se saben la letra. Sol es de clase acomodada.  Mónica, no.

Un gringo se les acerca. Empieza a bailar a su costado. Sol le sonríe. Mónica continúa con los ojos cerrados. El gringo tiene marihuana. Prende un porro. Mónica abre los ojos.

 – Hey, hey, what’s going on? – pregunta Mónica, molesta.
 – Hablo español  –  contesta el gringo.
 – En ese caso, lárgate – responde Mónica, agresiva.

El gringo y Sol la miran sorprendidos. Mónica toma la mano de Sol y se la lleva bastante más allá. Continúa bailando, cantando, como si no hubiese pasado nada. Sol permanece boquiabierta por la reacción.

El zigzag circular y humano se gana con el impase.

 – Brava la flaca – comenta Gonzalo.
– Mauro, tú mismo eres – exclama Manuel.
 – Yo mismo, qué – responde Mauro.
Se ríen los tres.

Mauro no deja de mirar a Mónica, mientras conversa con sus amigos. De reojo, disimuladamente, la sigue en cada movimiento. Ha quedado a gusto con la reacción.

 – Oe, vamos más allá – dice Mauro.
 – Ah, tú quieres ir donde la flaquita – menciona Gonzalo.
 – Ya vas a empezar –
 – Todavía que te queremos hacer la taba – interrumpe Manuel.
 – Para que aprendas – pronuncia Gonzalo, mientras se acerca a Sol. Inmediatamente, Manuel deja su chela a Mauro y sigue a Gonzalo.

Mauro se queda inmóvil con su sonrisita y ahora, con dos chelas en ambas manos.
Manuel regresa. Gonzalo baila con Sol. Mónica le dijo que no a Manuel.

 – ¿Está todo bien, Mó? – pregunta Sol.
 – Sí. Baila nomás. Yo voy a ir a sentarme un rato  – responde Mónica, mientras se va a la barra.

Pasa una media hora y a Sol se le ve alegre con Gonzalo. Mónica está quietecita siguiendo la música. Mauro no hace nada. Sólo la mira.

Repiten la canción que Sol y Mónica se saben de memoria. Mónica cierra los ojos y empieza a mover, nuevamente, las caderas. Mauro ya está picado. La pista está que revienta de gente. Igual la puede distinguir. Se le acerca, por fin. La observa.  Él, con su chela y su sonrisa. Ella, con sus ojos cerrados. Quiere hablarle, no puede. Es más bajito que ella, sólo por unos centímetros, pero igual. Le encantan sus caderas. Sin conocerla, se imagina cómo debe ser por dentro. Se excita. Ella continúa con los ojos cerrados. Mauro se compra una chela. Le toca el hombro. Sin darse cuenta, queda su mano pegada. Mónica se hace a un costado, sin voltear ni abrir los ojos. Mauro se despega  y se va. Busca a Manuel. Está bailando. Atina a subirse al escenario. En la misma esquinita, la sigue mirando.  Se da cuenta que Mónica ha abierto los ojos, mientras se da una vuelta siguiendo el compás. Levanta la mirada. Se ven fijamente. Mauro no sabe qué hacer. Se emociona. Mónica se voltea.

Ya sabe que existo, al menos. Me miró. Sí, de hecho. Ya, voy. De una vez. Bajo, la alcanzo, le digo para bailar todo relajado y me dirá que sí. Y si me caga… Mejor la veo desde aquí, nomás.

Durante su indecisión, Mónica ha volteado varias veces. Lo ha estado mirando. Él no se ha dado cuenta. Se pregunta por qué no se le ha acercado. “Tal vez no le gusto. Sí, de hecho que es por eso”, piensa ella.

Mauro baja las tres gradas del escenario. Avanza despacio. Se dirige al centro. Mónica continúa cerca de la barra. Lo mira, ella lo mira, pero le da la espalda y sonríe. Mauro quiere imitarla, pretende pensar como ella, sentir como ella, para que tal vez así pueda presagiar cómo debe de acercársele. Cierra los ojos sosteniendo su cerveza. Siente el sonido del tambor. Da un par de sorbos. Sus hombros se mueven, los codos quedan doblados y también siguen a la percusión. Se deja llevar.

Mónica presencia, a lo lejos, todo. Va al baño. Quiere lavarse la cara. Ha bailado mucho, le hace calor. Pone sus manos en el lavabo. Se mira en el espejo, mientras mueve sus hombros. Le encanta cómo se ve con el sudor. Abre el caño. Sus manos se mojan con el agua. Las mantiene ahí, sin moverlas. Mientras tanto, levanta su rostro, se mira, otra vez, en el espejo.  Pronuncia: “Hola, me gustas. Tú también. Ya, deja de alucinar”. Junta sus manos. Se lava la cara. No hay papel toalla. Entra a un inodoro que está sucio. “Felizmente hay papel”, piensa. Forma con él una bolita y seca su rostro. Sacude sus manos, pero las deja húmedas. Sale del baño, trata de ubicar a Sol. Camina alrededor de la pista. No la encuentra, pero tropieza con Mauro.

Él continúa cerrando los ojos, pero se hace a un lado. Mónica no se mueve. No sabe qué hacer. Quiere hablarle, pero tiene miedo de interrumpirlo. Intercambian de roles porque Mónica le toca el hombro. No puede despegar su mano. Mauro con los ojos cerrados toma su mano y le da una vuelta. Mónica tiene esa sonrisita de Mauro que muestra los incisivos. Mauro suelta su mano y continúa bailando. Ella no se va.

Ambos empiezan a bailar, uno alado del otro, pero cada quien por su cuenta. Mónica lo observa descaradamente para ver si así él se da cuenta de su presencia. Como decía la canción que conocía de memoria: “él ni cuenta se da”. Demasiada gente empieza a juntarse en el centro y por los costados. Entre baile y baile, un grupo los separa. Llegan más personas. Ya son tres, luego cuatro. Mónica pasa entre ellos y queda nuevamente junto a Mauro. Sonríe y cierra los ojos. Alguien le toca el hombro. Mónica reacciona instantáneamente estando segura que es Mauro.

– Me duelen demasiado mis pies, Mó – dice Sol.
 – ¿Y si te sientas un ratito? – responde Mónica desconcertada.
–  No, ya vámonos. Ya no nos queda casi nada de plata, además –
 – Un rato más, ¿dale? –
 – No la hago, Mó. Mis pies ya no dan –

Distraída con la conversación, Mónica voltea y ya no encuentra a Mauro. Echa un vistazo rápido por toda la pista y por el escenario. No está. Se pone inquieta. No le dice nada a Sol. La deja. Camina alrededor de la pista, por la barra, bajo el escenario. Sol camina detrás de ella.

 – ¿Qué te pasa? –
 – Nada, todo bien, todo bien – responde a las justas Mónica y vuelve a pasar por los mismos lugares en los que ya buscó. Sol la sigue. Mónica se detiene. Ve que Mauro sale del baño con sus dos amigos.
  – Sol, ¿ese no es el chico con el que  bailabas?
 – Ah, sí, Gonzalo – Y, qué pasó, ¿por qué no te quedaste con él? –

Sol sonríe. – Por esto, señorita – responde señalando sus pies.  De pronto, Mauro y Mónica coinciden con las miradas. Se quedan viéndose.

 – Mó, vámonos – exclama Sol.
–  ¿Te pidió tu número? –
– ¿Quién? –
– El chico, Gonzalo, con el que bailabas. –
– No, para qué -

Mónica da unos pasos. Mauro deja su chela en las manos de Manuel y avanza también unos pasos. El DJ se manda con una canción muy buena. La gente se aglomera en el centro, de nuevo. Mónica sigue avanzando, pero se pierden de vista. Trata de ubicarlo. Manuel hace lo mismo. Sol alcanza a Mónica, toma su mano y se la lleva. A Mónica se le acelera el corazón, pero por el miedo paralizante o qué se yo, obedece y retrocede. Sin perder de vista a la pista, retrocede.