jueves, 31 de enero de 2013

Diferente.



Las yemas de los dedos queman. 
Debería de apagar el ordenador.
Está sola en su habitación.
Va a la cocina, regresa de la cocina, vuelve a la cocina.
Toma asiento en su cama. Dobla sus piernas.
Se pone los audífonos. Sube el volumen.
Regresa a la cocina y abre una chela.
Mira sus pies. Observa sus piernas.
Se siente indefensa.
Vuelve a la cama.
Decide meterse un duchazo.
Espera que los minutos sequen su cuerpo.
Detesta las toallas.
Suena el celular.
Son las diez de la noche.
Le dicen que vaya al bar.
Duda.
Se queda en su cama quieta y duda.
Coge el vestido azul con puntos blancos.
Lllega al bar.
Encuentra a sus amigos.
Se compra una chela.
Empiezan las bromas pesadas.
Se burlan de su soledad.
Ella sonríe, primero.
Va por otra chela.
Continúan con las ironías.
Se defiende sutilmente.
Ellos se enfadan.
La joden, la re-joden.
Ella les echa la chela en la cara.
Los manda a la mierda y sale a fumar.
Se pone a llorar.
Vuelve a entrar.
Se sienta en la barra.
Toma más chelas.
Le encanta chupar sola.

lunes, 28 de enero de 2013

Para todo el mundo un limón y sólo con ella, una mandarina.


Terminamos el colegio, pasó algún tiempo y no pudimos permanecer en la misma ciudad. Sus viajes a Gringolandia siempre fueron habituales. Yo ya estaba acostumbrada, porque siempre regresaba. Yo partía de esa premisa para no dejar de sonreír. Pasamos muchas mañanas juntas en el verano del 2008. Pero a mí se me había ocurrido mudarme. Me fui a fines de marzo. Fue la última y la única amiga que vi el último día que vivía en casa. Quemó las arepas. Toda mi cocina estaba con humo. Igual las comimos. Me regaló un anillo y un polo suyo que me encantaba. Yo le hice un CD que tenía de portada a nuestros cacharros y en cada canción, había una explicación de mis motivos, de nuestros motivos por los que teníamos que recordar todo el playlist enterito.

Nuestra amistad siempre fue especial. Nunca fuimos las típicas amigas del colegio que andan juntas en todos los recreos y se ven cada fin de semana. Siempre fuimos expertas dándonos nuestros espacios. Cada una tenía un grupo de amigas aparte... aunque terminábamos buscándonos.

Tuvimos una historia familiar parecida. Tal vez eso ha hecho que nos queramos tanto. Nuestras mamás todas unas ladies y nosotras, todo lo contrario. Además, siempre hemos guardado con mucho cariño todo lo que nos han dado nuestros papás.

Mi escritor favorito es Julio Cortázar y obviamente su obra más conocida, "Rayuela" siempre hizo que enloquezca un poco. Lo más curioso y lindo es que yo no busqué con ella vivir por el mismo sendero de La Maga. O quizás si lo soñaba, era con un chico, no? El amor de mi vida, debería de ser. Pero, mi Maga vino a ser Maria Pía. Y eso es mejor, es más sensato, más real. La razón se resume en la parte que dice "andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos". Y, sí pues señores, María Pía y yo hemos trascendido en el tiempo y en el espacio. Hemos estado juntas siempre gracias al pensamiento y al cariño. Ella ha pasado largos periodos por Gringolandia como por Guatemala. Yo me he mudado nueve meses en la misma ciudad que decidí habitar, pero en cada mudanza, he sido demasiado cuidadosa para no perder cada pequeña cosita intangible que me haga tenerla presente, siempre. Desde chicas hemos sido así, cabe precisar. A veces nos hemos encontrado en Arequipa, caminando por la calle, sin saber que estábamos en nuestra tierra y todo ha sido tan mágico, tan de la putamadre. No ha hecho falta irnos a un café para contarnos las buenas nuevas, porque sólo ha sido necesario vernos a los ojos para comprender cómo estábamos. Cada vez que nos vemos, ya sea de casualidad o cuando decidimos distanciarnos y de pronto, buscarnos de nuevo, todo fluye con la misma continuidad de los días del colegio. Con los años yo me he dado cuenta que las personas han cambiado y es obvio, es natural, de eso se trata crecer. Pero con ella siempre ha sido y es distinto. A pesar de que las circunstancias y nuestra forma de ser toda desprendida y amargada de ver al mundo, a veces, hace que coincidamos siempre en algo: en querernos como somos, como hemos sido y como tal vez, lleguemos a ser.

Ella es mi bohemia favorita desde que ambas éramos católicas cucufatas que se encontraban en el oratorio del colegio durante el recreo. Seguimos siendo las mismas, aunque ahora yo tenga celulitis en mi panza y su cabello tarde en crecer. Sabemos lo inconfesable, lo que hemos y seríamos capaces de hacer, las cosas que no se dicen, las cosas que no se cuentan, lo que nos hiere, pero también lo que nos hace muy felices. Es la única persona que no lleva mi sangre a la que nunca he dejado de querer así de tanto, así de fuerte. Sólo por ella podría arriesgarme. Y es que en mi perspectiva, con mi difícil forma de ser, ella oxigena mi vida. Y eso hace que me encante ser para todo el mundo un limón y sólo con ella, una mandarina.

Hace unos días volvimos a estar juntas. Fueron cinco días maravillosos. Encabezan la lista de los mejores momentos a su lado. Lo malo es que la extraño demasiado que hasta he llorado y todavía lloro de vez en cuando. Pero así es nuestra amistad y tiene que seguir siendo así para que siga manteniéndose eso que la hace diferente a todas las que he escuchado.

Una forma de sentirla, es cantar el coro de esta canción con todas mis fuerzas, cerrar los ojos e imaginar que estamos echadas en su cama cantándola o como ella misma lo dijo: cuando no teníamos nada que hacer, o sea, en todas las clases.

Te quiero, mi Maga

viernes, 18 de enero de 2013

Naranja.

Se ha roto un ladrillo y un pedacito se parece a una naranja.
Con este Sol, María se puso un vestido y se fue a caminar.
El pedacito se fue rodando por las escaleras. Aumentó la intensidad, atravesó la puerta, cruzó la pista y se detuvo en la esquina, encima de la vereda.
Desenredaba sus audífonos mientras caminaba. 
Han pasado ya cinco personas por la vereda donde esta el pedacito. Nadie se ha dado cuenta de él.
Sonrió al tener los audífonos en sus oídos. Puso su canción favorita y empezó a cantar. Encontró diversas reacciones de la gente que pasaba por ahí.
Los rayos del Sol alumbraban al pedacito. Ya van diez personas. Dos de ellas lo han visto. Nadie lo ha levantado.
María sigue cantando mientras que el viento ha levantado un par de veces su vestido. Se da dos vueltas. 
El viento no está pasando por donde el pedacito.
María avanza una cuadra, voltea hacia la izquierda, repite la canción y llega a una esquina.
El pedacito escucha a alguien cantar.
María se detiene. Revisa en sus bolsillos. No encuentra el monedero.
El pedacito ya no escucha a nadie cantar.
María se da media vuelta. Repite los pasos a la inversa. Busca en el pasto, busca en las veredas. Regresa por las esquinas, retrocede por las cuadras. Ha llegado a su casa.
Un chico en su skate ha cruzado la pista y llegado a la esquina, encima de la vereda donde estaba el pedacito. Está distraído. Se está acercando al pedacito. Lo atraviesa. Se cae, se levanta y se va. 
María ya está en su casa. Encuentra el monedero encima del velador.
El pedacito ha quedado dividido. ¿Ya no parece una naranja?
María sonríe. Sale corriendo. Escoge el mismo camino. 
El viento empezó a soplar más fuerte y alcanza al pedacito.
María está a un par de cuadras y ve a un skater sentado en el pasto frotándose la pierna.
El viento se está llevando a las partes del pedacito.
María llega a esa esquina. El color naranja resalta sobre la vereda. María empieza a recoger  lo que queda del pedacito. Comienza a cantar.
El pedacito reconoce la voz.
María da unos pasos y encuentra más trozos del pedacito
Recoge todos los que encuentra. Busca más. Cruza la pista. Hay más.
María los guarda en el monedero.
El pedacito se siente seguro.