sábado, 3 de septiembre de 2011

Bar de mar

Buscábamos un lugar donde no nos vieran mal,
caminábamos por las mismas calles,
con las zapatillas mojadas y la paciencia intranquila.
Las mismas conclusiones, las mismas mentiras,
la inquietud de verte llegar.

Mirábamos la puerta de cualquier lugar,
entrábamos para no pasarla mal:
permitíamos al reloj que avance sin parar,
nos reíamos y bailábamos hasta no poder más.

La barra acompañaba a nuestra soledad
y las cervezas llegaban hasta hacernos enamorar.
Amantes de lo absurdo, sin que nos quiera nadie
y nos pretendan botar.

Tomábamos hasta el amanecer,
nos poníamos a meditar y,
sólo hablábamos para brindar
con quien sea, con tal,
quién puede hablar de más.

Un buen día, siguiendo a la rutina
presos del buen rock
coincidimos en el mismo lugar.

No habían olas, tampoco lluvia,
hacía frío y nos empezamos a emborrachar.

Volamos al ritmo de la felicidad
porque el bar se convirtió en el mar.

Yo parecía de Control Machete y tú,
un beatlemaniaco clandestino.

El mar en tempestad, el mar en tranquilidad,
el mar con bandera roja,
con señales de que todo estaba prohibido.

Las olas nos mecían, la música nos remecía
y tú, tú fuiste mi chaleco salvavidas.

Y desde entonces, vamos siempre al mismo bar,
pero no nos hemos vuelto a encontrar

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