martes, 23 de octubre de 2012

El juego de la princesa


Hemos conocido a princesas rubias, morenas, pelirrojas, chinas y mulatas. Hemos crecido con la idea de que algún día un príncipe azul aparecerá en su caballo y nos salvará de las brujas y madrastras malas. Luego, se nos enseñó que hasta un príncipe encantador podía ser preferido por un ogro verde porque la belleza no sólo puede entrar por los ojos, pues lo esencial está en el corazón.

Con esa misma mentalidad, Paula, la princesa, vivió en su castillo, el cual contaba con mucha seguridad: unos muros protegidos con un cerco eléctrico y un puente colgante falso para que cualquiera que no pertenezca o no haya sido invitado al castillo, caiga al río. El rey y la reina la cuidaron con todo lo que pudieron. 
A Paula le encantaba jugar en el jardín, cantarle a las flores y mojar a las personas que trabajaban en su castillo. Siempre fue risueña y traviesa. Amaba a los animales y hacía ingresar a niños y niñas a escondidas para que disfruten de su cuarto de juegos. Ha regalado muchas Barbies y ha pedido un carro para Ken, siempre.
 
Su cumpleaños número 15 fue increíble, el más lindo de todo el reino, con un vestido precioso, el mejor whisky, un paje churrísimo, muchos bailes, regalos preciosos y sobretodo, mucho amor. Pero fue creciendo y empezó a salir de vez en cuando del castillo con unas Converse para que no se escucharan los tacones. 
Aprendió a pintarse los labios y a delinear sus hermosos ojos para verse un poco más linda de lo que ya era.

 De pronto, encontró fuera un mundo completamente diferente al que pudo imaginar. Empezó a escuchar a AC/DC y a los Guns N' Roses y aunque no eran tan suevecitos como los *NSYNC o los Backstreet Boys, le encantaron. Sus ojos llenos de curiosidad empezaron a pisar bares, ir a tocadas así que a escondidas pintó sus uñas de negro y se contagió de lo maravilloso que era sentirse bohemia por un ratito. Pero había demasiada bondad en su corazón. Una princesa nunca deja de serlo ni de parecerlo. Al comienzo, todos se daban cuenta, aunque pretendía camuflarse eructando delante de todos y lanzando un par de malas palabras. Todo era demasiado divertido. Empezó a conocer a personas que eran las villanas de los cuentos que siempre leía. Al principio, se asustó un poquito, pero por su buen corazón, decidió ser amable con ellos también.

Lo peor no fue haberse rodeado de villanos, porque era lo suficientemente hábil como para reconocerlos, sino, que se le acercaran sapos. Gasparín se convirtió en príncipe, la Bestia, también fue otro príncipe y los sapos, por antonomasia, son "príncipes azules” y como lo esencial está en el corazón, ella creyó en los sapos, una vez tras otra. Al besarlos, se convirtieron en príncipes encantadores y guapetones. La hicieron reír, caminaron por el bosque porque estos sapos aseguraron cuidarla. Fue feliz, muy feliz, pero sólo por un momento. Cada uno de estos sapos que aparecieron en momentos distintos  nunca fueron príncipes, sólo se disfrazaron de ellos, porque con el tiempo a Paula sólo la destruyeron. Uno la golpeó, otro la engañó y otro, simplemente la usó. Es así que mientras el disfraz de estos príncipes falsos iba desgastándose y notándose su verdadera identidad, Paula poquito a poco también se estaba convirtiendo en un sapo. Ya no era feliz en su castillo, solamente lloraba y mandó a clausurar su cuarto de juegos. Se mudó y detestaba verse al espejo porque sólo veía a un sapo.

Estaba en esas hasta que recordó a uno de sus amigos príncipes, pero de los reales, que la acompañó en su adolescencia. Lo buscó y empezó a sentirse mejor cada vez que conversaban un poco. Pero, la pobre Paula seguía sintiéndose sapo y se avergonzaba de su nueva identidad.

Un buen día, mientras lloraba en un jardín, otra de sus amigas, las princesas, la tomó de la mano y le hizo entender que el hada madrina no iba a aparecer si es que Paula no la buscaba por su cuenta, así que le dio su dirección y Paula, con mucho miedo, la fue a buscar.


Inmediatamente su hada madrina la reconoció y le dijo que la había estado esperando y le hizo entender que los sapos nunca serían príncipes y que ella nunca sería un sapo, porque nació princesa y princesa siempre va a ser.




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