Tenía una polera roja, jeans, zapatillas y una cola mal hecha cuando te vi
por primera vez. Aún recuerdo tu sonrisa de ese día, que la vi desde lejos
mientras te acercabas a mí. Yo me puse demasiado nerviosa que ni siquiera
hablé.
Con el blazer guinda y la falda estilo escocés no atendía las clases de
inglés. Pensaba en tu mirada, dibujaba tu sonrisa y escribía en mis libros tu
nombre junto al mío. Sonaban juntos demasiado bien. Esperaba el recreo para
continuar las conversaciones con mis amigas sobre lo mucho que me gustabas y la
inquietud de si a ti, tal vez, también. Me sonrojaba y no sabía qué hacer.
Ninguna de las tres habíamos tenido enamorado y éramos demasiado nerds cuando
se trataba de hablar sobre chicos.
Cuando empezamos por primera vez, yo sólo pensaba en qué excusa iba a poner
cuando quisieras besarme porque no tenía ni idea sobre cómo rayos mover mis
labios. Pasaron un par de horas, conversamos mucho y de pronto te acercaste y
nuestro primer beso (el primero en mi vida) duró menos de dos segundos
porque inmediatamente me reí bajito. Tú me abrazaste y yo ya era Neil Armstrong
pisando la Luna.
En nuestras siguientes citas tuvimos el récord de besos en un minuto.
Descubrí qué era eso de sentir mariposas en la panza y también eso de caminar
tomados de la mano. Siempre reíamos, en el mueble de mi casa, en el mueble de
mi abuela, en los parques, en tu casa o en el Panorámico y en el Magnus. En mí,
los chistes fluían y tú reías, reías siempre. Pero a pesar de que pasaban los
meses, siempre mantuvimos la misma introducción al vernos: un beso en la
mejilla y estar un poco separados hasta que sin darnos cuenta todo fluía. Por
más que lo intentamos y quedamos que la próxima vez nos saludaríamos con un beso
en los labios, no sé porque nunca pude hacerlo, aunque creo que dos veces sí lo
hice.
Me acuerdo que tenía que pedir permiso para todo a mamá y muchas veces no
pudimos vernos porque no me los daba. A veces nos veíamos a escondidas en la
sala de mi abuela o dejaba de ir a misa para verte. Una vez y la única que me
acompañaste a la Iglesia, lanzaste tus comentarios a una señora que casi nos
come con la mirada.
Muchas tardes llegué tardísimo a casa por quedarme a caminar contigo y
cuando me escapaba de casa, me esperabas en el parque y nos veíamos un ratito.
Me encantaba escuchar tu corazón y los sábados, el mayor permiso que conseguía
era llegar a casa 8:30pm.
Aún recuerdo la primera vez que me dijiste que querías casarte conmigo, los
planes que hacíamos y cuando discutíamos sobre el colegio de nuestros hijos.
También no se borra de mi memoria el día que nos casamos, sin testigos.
Todos nos envidiaban, con la envidia sana, por lo felices que éramos. Te
hice mil cartas y tú solo me hiciste una con la ayuda de Francesco, pero me
diste miles de recados con Graciela, Evelyn y Susan que me los daban justo a la
entrada del colegio.
Fui tu fan Nro. 1 y me encantaba verte tocar mientras imaginaba que en unos
años ibas a ser famoso y yo te acompañaría en todas tus giras.
La mazamorra morada, la canchita y el juego del durazno nos acompañaron en
tu casa. Iron Maiden, Stratovarius y hasta Mago de Oz los llevo en la memoria y
los escucho de vez en cuando.
Todo fue realmente maravilloso y valió la pena desde recoger a Sebas hasta
haberme tirado la pera en el colegio.
Creo que pronunciar el primer “te amo” y haberlo sentido por primera vez
difícilmente va a poder ser suplantado. Sólo sé que mientras todo esto duró fue
increíblemente lindo y sobretodo, puro y real. Fue una buena decisión cuando
decidimos que esto acabara y desde ese entonces, hemos sido grandes amigos, que
es lo mejor de todo, al final. Y bueno, uno nunca olvida a su primer amor.
Termino esto con una de las canciones que él me dedicó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario