domingo, 21 de octubre de 2012

You never forget your first love

Tenía una polera roja, jeans, zapatillas y una cola mal hecha cuando te vi por primera vez. Aún recuerdo tu sonrisa de ese día, que la vi desde lejos mientras te acercabas a mí. Yo me puse demasiado nerviosa que ni siquiera hablé. 

Con el blazer guinda y la falda estilo escocés no atendía las clases de inglés. Pensaba en tu mirada, dibujaba tu sonrisa y escribía en mis libros tu nombre junto al mío. Sonaban juntos demasiado bien. Esperaba el recreo para continuar las conversaciones con mis amigas sobre lo mucho que me gustabas y la inquietud de si a ti, tal vez, también. Me sonrojaba y no sabía qué hacer. Ninguna de las tres habíamos tenido enamorado y éramos demasiado nerds cuando se trataba de hablar sobre chicos. 

Cuando empezamos por primera vez, yo sólo pensaba en qué excusa iba a poner cuando quisieras besarme porque no tenía ni idea sobre cómo rayos mover mis labios. Pasaron un par de horas, conversamos mucho y de pronto te acercaste y nuestro primer beso (el primero en mi vida) duró menos de dos segundos porque inmediatamente me reí bajito. Tú me abrazaste y yo ya era Neil Armstrong pisando la Luna.

En nuestras siguientes citas tuvimos el récord de besos en un minuto. Descubrí qué era eso de sentir mariposas en la panza y también eso de caminar tomados de la mano. Siempre reíamos, en el mueble de mi casa, en el mueble de mi abuela, en los parques, en tu casa o en el Panorámico y en el Magnus. En mí, los chistes fluían y tú reías, reías siempre. Pero a pesar de que pasaban los meses, siempre mantuvimos la misma introducción al vernos: un beso en la mejilla y estar un poco separados hasta que sin darnos cuenta todo fluía. Por más que lo intentamos y quedamos que la próxima vez nos saludaríamos con un beso en los labios, no sé porque nunca pude hacerlo, aunque creo que dos veces sí lo hice.

Me acuerdo que tenía que pedir permiso para todo a mamá y muchas veces no pudimos vernos porque no me los daba. A veces nos veíamos a escondidas en la sala de mi abuela o dejaba de ir a misa para verte. Una vez y la única que me acompañaste a la Iglesia, lanzaste tus comentarios a una señora que casi nos come con la mirada. 

Muchas tardes llegué tardísimo a casa por quedarme a caminar contigo y cuando me escapaba de casa, me esperabas en el parque y nos veíamos un ratito. Me encantaba escuchar tu corazón y los sábados, el mayor permiso que conseguía era llegar a casa 8:30pm.

Aún recuerdo la primera vez que me dijiste que querías casarte conmigo, los planes que hacíamos y cuando discutíamos sobre el colegio de nuestros hijos. También no se borra de mi memoria el día que nos casamos, sin testigos. 

Todos nos envidiaban, con la envidia sana, por lo felices que éramos. Te hice mil cartas y tú solo me hiciste una con la ayuda de Francesco, pero me diste miles de recados con Graciela, Evelyn y Susan que me los daban justo a la entrada del colegio.

Fui tu fan Nro. 1 y me encantaba verte tocar mientras imaginaba que en unos años ibas a ser famoso y yo te acompañaría en todas tus giras.

La mazamorra morada, la canchita y el juego del durazno nos acompañaron en tu casa. Iron Maiden, Stratovarius y hasta Mago de Oz los llevo en la memoria y los escucho de vez en cuando.

Todo fue realmente maravilloso y valió la pena desde recoger a Sebas hasta haberme tirado la pera en el colegio.

Creo que pronunciar el primer “te amo” y haberlo sentido por primera vez difícilmente va a poder ser suplantado. Sólo sé que mientras todo esto duró fue increíblemente lindo y sobretodo, puro y real. Fue una buena decisión cuando decidimos que esto acabara y desde ese entonces, hemos sido grandes amigos, que es lo mejor de todo, al final. Y bueno, uno nunca olvida a su primer amor.

Termino esto con una de las canciones que él me dedicó.










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